La saca

Cuenti

Carlos Salazar Herrera

Hay una roca vertical, labrada a triángulos en lajas de pizarra. Al pie, el río, desaguando mudo, dobla a la inversa la altitud de la roca .Caen chorros de lo alto que se pulverizan en lluvia menudita. La humedad pone en las grietas vegetación de helechos gigantescos. Alguna vez, uña laja desprendida corta el soliloquio del agua, y entonces huyen espantados los garrobos. El río es como una ternura echada en el fondo del precipicio. Frente al peñasco estaba la “saca” de aguardiente clandestino de Ramón Jiménez.

—¡Qué negocio más riata! El aguardiente destilaba en hilitos y se iban llenando las garrafas.

—¡Chepe! Tre más leña. La tarde empezaba a tirar serpentinas bajo la niebla de lps chorros.

—¡Qué negocio más riata!

—Pero arriesgao.

—¡Qué va! Aquí no llegu’el Resguardo.

—Pos quién sabe…

Y una tarde cualquiera llegó el Resguardo. Eran muchos hombres a caballo. Cayeron como una plaga de langostas y se llevaron el alambique, las garrafas, y se llevaron también a Ramón Jiménez con las manos atadas. Pasó mucho tiempo, y otra tarde cualquiera Ramón Jiménez volvió al lugar. Una hora río abajo de donde estuvo la primera saca, Ramón Jiménez empezó adestilar de nuevo aguardiente clandestino. El contrabandista se frotaba las manos de contento.

—¡Don Ramón, ahi viene un hombre por la ladera!

—Espí quién es.

Chepe subió, ocultándose en el charral. Luego bajó.

—Es Pedro Rojas.

—Mi’asustastes.  Es de confianza.

Pedro Rojas entró al galerón de la nueva saca.

—¡Hola Pedro! ¿Idiay, qué t’hicistes que no has venido más antes?

—¿Qué hay Ramón?… Pos ahi siempre volando pala ende ñor Juaquín.

—¿Y Rosa, y Teresa y los chacalines?

—Alentaos. ¿Y vos?

—Pos aquí siempre con este confisgao negocio que no da pa sustos. ¡Idiay! ¿Pos nosupistes que me cayó el Resguardo?… Es lo pior ser uno confiao, alguien me acusó…¿Querés un trago? Es guaro’e cabeza, toavía está tibio, como p’almadiar al más juerte.Pedro tomó la jicara y la vació en dos tragos.

—¿Qué tal está? —De paladialo.

Dos palomas moradas, volando bajo, aspiraron el olorcillo y tornaron a pasar después.

El río desaguaba mudo, haciendo azulejos.

—Mbré, Ramón…

Ramón Jiménez ponía leños en el fuego.

—Mbré, Ramón…

—volvió a musitar Pedro

—. Yo jui el que te denuncié al’autoridá.

—¿Vos?… No, Pedro, no juistes vos, primero dudo si jui yo mesmo.

—Pos como l’oyís… Necesitaba plata, y no hallaba d’ionde cógela. Las frases fueron saliendo a pedazos. Lentas, crudas, pero sin lugar a duda. Ramón Jiménez se sonó la nariz, y bañó una mirada triste en el río.

—Y, hora… ¿pa’qué me lo venís a contar? Una rana de colores se zambulló en el agua.

—¡¿Pa qué me lo venís a contar?

!Pedro inclinó su cabezota, que era como una talla en granito.

—Es que la concencia m’está jodiendo.

Un comentario sobre “La saca

Deja un comentario